El otro día iba por una calle con los pies en la tierra pero la cabeza en las nubes, en realidad no recuerdo si tenía los pies bien puestos sobre el suelo o estaba levitando, da lo mismo. Lo cierto es que en “el mundo real” transitaba por una calle muy pintoresca, donde se observaban casitas de colores, unas al lado de otras, en la esquina había un señor vendiendo frutas y la gente se veía muy contenta.
Me percaté
de todo esto cuando casi me caigo por tropezar con una acera, mi cuerpo estaba
ahí –presente- caminando, viendo todo pero sin ver nada. ¿Realmente estaba ahí?
A menudo me hago esa pregunta. A lo lejos divisé a un joven paisano, adivinen
cómo lo supe, llevaba puesta la famosa gorra de la bandera de Venezuela, lo vi,
sonreí y seguí caminando tratando de pertenecer a esta tierra prestada. Más adelante
escuché a un grupo con la expresión típica ¡Qué chévere! ¡No me digas esa vaina!
Subí la mirada y ¡todos! tenían la gorrita, pensé en voz baja: “la gente si es farandi.”
Pasaron
los días y seguí encontrándome con la gente y el característico tricolor. En Instagram
veía imágenes haciendo referencia y burla a este tema, de los venezolanos farandi por el mundo con ¡la bendita gorrita!
Hasta que vi una mofa muy fuerte y no me gustó.
Comencé
a reflexionar: ¿por qué tengo que decir que son farandi? ¿Acaso tú no
tuviste la obligación de salir del país más bello del mundo? donde los ciudadanos
eran felices, donde reinaba el
optimismo y la esperanza, donde el plato típico era Pabellón y ahora el pan
diario es hurgar en la basura.
Luego
dije, ¡Qué valientes! Recorrer un país desconocido y mostrar con orgullo de dónde
venimos, tener que enfrentar preguntas incómodas y después de suspirar, dar explicaciones
de por qué nuestra hermosa Venezuela tiene ese cáncer tan difícil de vencer.
¡Qué arrecho es el venezolano! Y qué nivel de supervivencia tiene, tanto el que
se queda como el que se va, el que se devuelve, el que recorre varios países tratando
de encajar en alguno, en busca del tan anhelado “mejor futuro” que nuestra
madre tierra pudo habernos brindado muchos años atrás.
¡De bolas que yo también me pondría la
gorrita! Y me disculpan el francés, es un orgullo llevarla puesta, acompañada
de una sensación de aventura y satisfacción. Somos el claro ejemplo de lucha, amor y perseverancia que muchos países quisieran tener.
Por
otro lado, me molesta un poco saber de venezolanos que detestan que otros
venezolanos lleguen al mismo país que los adoptó. En Venezuela ¿con quién vivías?
Con ¿Chilenos? ¿Argentinos? ¿Españoles? ¿Gringos? Si bien es cierto que ahora está
emigrando cualquier tipo de gente, al estar seguro de tus habilidades y
fortalezas, nadie será competencia. No es
posible leer “el peor enemigo de un venezolano en el extranjero es otro
venezolano” Yo no estoy de acuerdo con esto, todavía creo en la existencia de gente
con principios y valores dispuesta a ayudar.
Tiéndele
la mano al que lo necesita, piensa en ti pero también en los demás, actúa con
rectitud y demuestra ser un ciudadano ejemplar, todo el mundo debe saber que
los venezolanos somos más que “malas noticias.”
De verdad,
escribo desde el más puro sentimiento, es inevitable la lágrima que recorre mi
alma en este momento. No quiero tocar temas negativos en este blog, todo lo
contrario. El propósito de mis escritos es tocar el corazón, plasmar en letras
versiones positivas de la vida para incentivar y motivar al que lo necesite con
una lectura clara y sencilla.
La invitación
es a seguir dando el ejemplo en cualquier suelo transitado, trabajar duro, reafirmar
nuestra fe, fortalecer nuestro espíritu y brindarles apoyo a nuestros hermanos.
Así estemos situados en órbitas distintas, nos une el mismo sentimiento y el
mismo nombre: VENEZUELA.
Adriana
Samaniego.
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